Los viñedos y el soto, o bosque de ribera, del río Duero acaparan el protagonismo de la etapa. Al tramo inicial, que transcurre entre los campos de cereal y regadío y viñedos que dan origen a los prestigiosos vinos de la comarca, le sucede otro que recorre un pequeño sendero que se abre paso entre la densa vegetación de ribera para llevar hasta Peñafiel. El majestuoso castillo que se alza sobre esta población ribereña bien merece el esfuerzo realizado en la etapa para poder disfrutar a su término de su contemplación y visita.
Roa, localidad donde tiene sede el Consejo Regulador de los vinos de la Denominación de Origen Ribera del Duero, es el punto de salida de esta nueva etapa, que abandonará tierras burgalesas para adentrarse en la provincia de Valladolid.
Una estrecha carretera vecinal permite descender desde Roa, situada en un promontorio del terreno, hasta la vega del río Duero, que se adivina delante, y tomar el camino de los Molineros. El camino, aunque asfaltado, discurre junto a las aguas del río.
Al llegar a una bifurcación se toma el camino de la izquierda, para seguir guiando los pasos junto a las remansadas aguas del río Duero en una amplia zona de vega, lo que ofrece un terreno llano y fértil sobre el cual se asientan las tierras de labor y los huertos de los agricultores de la localidad, alternándose con los viñedos, que tanta fama y popularidad han dado a esta tierra.
En la otra orilla y a través de la densa vegetación ribereña se observa a orillas del río Duero la población de La Cueva de Roa, que pese a su nombre no aloja ninguna cueva en su término. El origen de dicha denominación se debe a que en el siglo XV el noble Don Beltrán de la Cueva recibió como pago a sus favores las ciudades de Aranda, Molina, Atienza, Cuéllar y Roa, así como el título de Duque de Alburquerque, de manos del rey Enrique IV. Como este pueblo dependía de Roa se denominó La Cueva de Roa.
Más adelante se pasa junto a una presa y el itinerario abandona la ribera para avanzar entre fincas de labor y viñedos en espaldera hasta una encrucijada de caminos, donde se debe girar a la izquierda y tomar rumbo sureste para ir en busca de nuevo del arbolado que flanquea al Duero, definido por la silueta de chopos, fresnos y sauces.
A la derecha se deja el alto de Socastillo, incomparable balcón natural sobre el serpenteante río Duero que ofrece algunas de las mejores panorámicas de la zona, pese a no ser tan conocido como La Cuesta Manvirgo, la localidad de Haza, o la Cuesta del Águila que son algunos de los miradores naturales más notorios de la Ribera del Duero burgalesa. Desde este alto se pueden contemplar los cambiantes campos del valle del Duero hasta que la vista se pierde en las elevaciones de la sierra de Ayllón.
En una nueva bifurcación se toma el camino que parte hacia la derecha bajo la atenta mirada del alto de Socastillo y con la ermita de San Juan a la vista, lugar de paso antes de llegar a San Martín de Rubiales. Como curiosidad destaca el hecho de que en el año 1000 toda la población de esta localidad fue masacrada tras un intenso asedio de las tropas de Abd er-Rahmán III, cuando el río Duero servía de frontera entre los terrenos cristianos del norte y los musulmanes del sur.
Se abandona esta localidad junto a la hilera de bodegas que se asientan al pie de la ladera que desciende desde el páramo hasta el valle. El Camino continúa cómodo entre viñedos y fincas dedicadas a la agricultura de secano y regadío. Los pequeños olmos (Ulmus minor) atacados por la grafiosis ofrecen su sombra en los calurosos días de verano.
En las laderas se observan los restos de paredes de piedra que servían para aterrazar y permitir el cultivo agrícola en ellas, a pesar de las elevadas pendientes. Su abandono esta favoreciendo la regeneración natural de encinas y sabinas, que se alternan con viejos almendros, mientras que en otros sitios crecen con éxito repoblaciones de pino piñonero (Pinus pinea).
En la actualidad, gracias al canal del Riaza y a la mejora de las infraestructuras de regadío se obtienen magníficas producciones de acelgas, maíz, alfalfa, etc., dejando atrás los tiempos en los que la agricultura sólo daba escasas producciones.
Siguiendo la vega del río Duero se llega a Bocos de Duero, sito ya en la provincia de Valladolid, donde existe un agradable parque con mesas y fuentes. El recorrido continúa por una pasarela de madera junto al río Duero, lo que permite avanzar inmerso en el interior del bosque de ribera, entre chopos (Populus nigra), alisos (Alnus glutinosa), fresnos (Fraxinus angustifolia) y matorral.
Más adelante la ruta sigue por una estrecha senda junto al río, con algunos tramos de fuerte y acusada pendiente que exigirán un pequeño esfuerzo.
En estos sotos, una gran comunidad de aves encuentran al abrigo de sauces (Salix sp.), chopos, rosales (Rosa sp.) y zarzas (Rubus sp.). Un magnífico hábitat para vivir, llenando con sus cantos, juegos y trajines el recorrido. Así, entre zarzas habita el ruiseñor común (Luscinia megarhynchos), el petirrojo (Erithacus rubecula), el zarcero común (Hippolais polyglotta) o el mosquitero común (Phylloscopus collybita). Mientras, en las copas de los árboles están las oropéndolas (Oriolus oriolus), los carboneros comunes (Parus major), los pitos reales (Picus viridis) o los papamoscas grises (Muscicapa striata).
Cuando la etapa se acerca a la desembocadura del río Duratón, cruza este por una gran pasarela y lo asciende durante 2,6 km (margen izquierda) para terminar en el centro de Peñafiel, donde finaliza. Dicha localidad es famosa por su castillo y el puente de piedra de origen medieval que permite cruzar el río y cambiar de margen.
Hoy día se entiende la Ribera del Duero como una denominación de origen de vino de las más apreciadas de España. Pero la relación entre la Ribera del Duero y el vino viene desde muy antiguo. Existen indicios de restos arqueológicos que relacionan a los pobladores de la Ribera del Duero con el vino, que se remontan a la época prerromana, donde ya los vacceos manipulaban algo parecido, y lo contenían en vasijas. Ya en aquel entonces el vino formaba parte de la vida diaria y de ceremonias y festejos.
La llegada de los romanos acentúa la importancia del vino en la zona ya que para esta cultura se trataba de un elemento sagrado ligado a sus ritos y celebraciones.
A principios del siglo XII, la llegada de monjes franceses cistercienses al monasterio de Santa María de Valbuena dio un impulso a la implantación de viñedos en la zona, y a la introducción de nuevas uvas que trajeron los mojes de su país donde ya practicaban la viticultura. Esto trajo consigo una mejora de la calidad de los vinos.
Las viñas suponían un cultivo importantísimo al que los monjes prestaban una gran atención. La productividad del vino era suficiente para abastecer al monasterio para la liturgia y el propio consumo y para comercializar el excedente. Los monjes también adquirieron viñas por medio de la compra a pequeños propietarios, que, al no contar con el equipo y la mano de obra necesaria, preferían vender. Los monjes empezaron a establecer lagares y bodegas por toda la zona incrementando el comercio y la actividad económica en torno a este producto.
En la Edad Media el vino estaba ligado a la religión, y se convierte en un elemento indispensable en la liturgia, ya que el vino es considerado por los cristianos como la sangre de Cristo. El vino que se incluía en la dieta de los monjes, comienza a ser reconocido también en los pequeños poblados y aldeas que rodeaban al monasterio, importantes núcleos de la vida política, social, económica y religiosa de la población.
A medida que se avanza hacia la alta Edad Media, las ciudades comienzan a tener un mayor protagonismo frente al monasterio situado en un ambiente rural. Comienzan a imponerse las ordenanzas concejiles y el vino es ya símbolo de prestigio considerado como un bien de lujo.
La historia continua avanzando en el tiempo manteniendo esta tradición vitivinícola gracias a la gente que habita la zona, hasta llegar a los años 80, fecha en la que la Denominación de Origen Ribera del Duero es una realidad, y se establece el Consejo Regulador en Roa. En la actualidad más de 200 bodegas son las que conforman la Denominación de Origen, con multitud de marcas entre las que se encuentran las más prestigiosas del país.
La variedad de uva más utilizada es la tinta del país o tempranillo (ha de suponer al menos el 75% en la elaboración del vino) y los vinos más abundantes son los tintos, aunque también se producen rosados y blancos.
La grafiosis es una enfermedad que ha diezmado a los olmos y que prácticamente ha conseguido que lo único que quede de las olmedas sea un rastro de árboles secos o pequeños ejemplares que en cuanto alcanzan los dos o tres metros de altura se mueren.
La enfermedad comienza cuando un pequeño insecto, el barrenillo del olmo, perfora el olmo y construye galerías en su interior, al tiempo que se alimenta en las ramas tiernas, ayudando a que el hongo de la grafiosis (Ceratocystis ulmi) se introduzca dentro del árbol y comience a enfermar.
El olmo termina muriendo, dejando en las galerías de su interior esporas del hongo de la grafiosis, las cuales se adhieren a los barrenillos que habitan en el interior del olmo. Cuando salen del árbol y se trasladan a otro olmo se inicia de nuevo el ciclo de propagación.