Resumen: El autor cuestiona las «estímulos» al cultivo forestal, contenidos en los compromisos que salieron de la Conferencia de Río en 1992, y trata de profundizar en la presión que los movimientos ecologistas han ejercido sobre estos compromisos. Desde la creencia de que el bosque «es un bien cultural y no un hecho natural», se ha tratado de conciliar la función productora del bosque y el papel de los silvicultores, can los aspectos conservacionistas que propugnan los colectivos ecologistas.